A finales de agosto de 1978, el súbdito belga André van der Wherte, de veintidós años de edad, se disponía a regresar al hotel donde estaba alojado en Playa de Aro (Gerona, España), localidad de la Costa Brava.Había pasado el día en Tossa de Mar, otro lugar de veraneo Cercano; había disfrutado del sol y del mar en una pequeña cala y de una suculenta paella de pescado en un restaurante del Paseo Marítimo, y en un momento dado creyó oportuno reunirse con sus padres que se habían quedado en Playa de Aro.Su automóvil estaba estacionado a la entrada...